martes, 11 de noviembre de 2008

De pastillas reptantes.

Lamentablemente no pude poner colofón al día de ayer... sí es lo que tiene pasar una gastroenteritis que te deja colgado al techo de dos anillas para evitar colarte por el WC mientras echas hasta la última papilla. Afortunadamente soy como Lobezno y tras un par de días de baja, mañana vuelvo a la vida laboral normal (¿un español diciendo esto?)

Total, que, escatologías aparte... estoy con Segundo el que el ser humano, y especialmente el "paciente medio" es cada día más sorprendente. Desde luego ver a los pacientes aparecer en bata y pijama es una cosa, pero que además lleven zapatillas de perrito es ya la repera, y no me refiero a llevar un perrito bordado... hablo de esas que la punta de la zapatilla es la cabeza de un perro, rellena de wuano, con las orejas llenas de mierda por el continuo autopisado de su propio dueño. Ganas me dieron de sacrificar a aquellos canes y metérselos al dueño por donde la colonoscopia. En fin.

Pero sin duda alguna el momento estelar de aquella tarde de guardia estaba por llegar.
Si hay algo que es obligado preguntar ante una consulta en urgencias es qué medicación lleva el paciente. En muchos casos el paciente no se acuerda del nombre de la mitad de las pastillas que toma, lo que dificulta mucho hacer la historia clínica. Incontables son las ocasiones que la respuesta es:

- "Sí, son unas pastillicas así, pequeñicas, del tamaño de mi uña que van en cajas de 20".
Y es que todo el mundo sabe que el "Keleden" es el único fármaco que responde a esa descripción, ¡no te jode! Sin embargo algo bastante común es que el individuo te sepulte bajo una pila de cajas de medicamentos que muy apañadamente ha metido en una elegante bolsita del mercadona. El tipo te vacía la bolsa en la mesa como diciendo:
- ¡Ea, que yo no me acuerdo de los nombres ni de para qué es cada una!
Claro hay momentos difíciles pues te topas con algún nombre raro comercial que no tienes ni guarra de para que lo está usando y además no encuentras el principio activo por ningún lado.
-¿Oiga y esto para que lo toma usted?
- Usted sabrá que es el médico.
Toma, en tu puta cara... si es que te la has ganado, si sabías que te iba a responder eso. La próxima tiras del medimecum directamente y te ahorras.

Total que, como iba diciendo, en una situación de esas me encontraba la pasada guardia, transcribiendo uno a uno la docena y media de medicamentos que tomaba aquel hombre. Disimulando la cara de aburrimiento y el dolor de mano de escribir los cómodos nombres. Separando cada cajita a un lado para no repetir ningún fármaco cuando un destello esmeralda asoma por el rabillo de mis ojos. Al principio creí que aquello era fruto de mi imaginación pero abnegado ante lo evidente no pude sino preguntar al paciente.
- Disculpe, ¿vive usted en zona de campo?
Claro, el paciente se queda atónito, me mira con expresión de admiración.
- Pues... sí... ¿cómo lo ha sabido?
Apartando una de las cajas de medicinas dejo ver al paciente lo que en un primer fugaz destello se me antojó quizás una pastilla verde caida de una caja. Para el asombro del paciente aquello no era una pastilla... era UNA ORUGA VERDE de un través y medio de dedo que no se cómo cojones se había metido en la bolsa de las medicinas del paciente para terminar en mi consulta.
No pude evitar partime el culo de la risa ante la singularidad de la situación, más aun cuando el paciente trató de recoger al bicho en un pañuelo con tal mal tino que el animal terminó aplastado contra mi mesa en una repugnante mancha verde. Ojo, que el paciente también se descojonó lo suyo.
Total que al final el paciente se fue con sus medicinas y algunas nuevas para un banal catarro.
Y yo archive aquel alta partiéndome el culo, guardando un minuto de silencio por la oruga, y reafirmándome sobre lo subrealista que puede llegar a ser una consulta en urgencias.

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